La «entrá»




Habíamos llegado al Castellar. Para llegar habíamos andado varios kilómetros, teníamos los pies empolvorados y algo cansados, no doloridos. Nuestras miradas se dispersaban queriendo ver mucho, todo, ...los cerros, el inmenso maizal, el río, la Mina, los lejanos pinos en esa hora del alborear. Entramos al Santuario, una breve mirada y la sensación de calor nos hacer salir pronto a sentarnos, como la mayoría, en la acera a descansar. Es un gran momento, no hay ganas de hablar, solo observar, tendidos ante la tibia brisa mañanera que invitaba a la contemplación y al silencio.

El Castellar extendía con gallarda esbeltez sus pilares de piedra, sus columnas del soportal. El jardín, aunque lejos ya la primavera, exhibía una extraña belleza, como si hubiese estado guardando su verdor hasta este momento para acompañar dignamente el día de La Subida a tantos romeros peregrinos y embellecer el entorno para exaltar el momento de decir “hasta pronto" a la Señora que marcha a sus periódicas "vacaciones" al pueblo, a celebrar las Fiestas.

La multitud iba llegando y formaba ya un enjambre que se movía sin descanso, yendo y viniendo, y creaba un rumor sordo que se dirigía hacia la puerta de entrada para oír la misa. Fuera hacia un fresco muy agradable, pero dentro era un inmenso tintinear de abanicos para hacer soportable al asfixiante ambiente. De nuevo en la calle, respiramos, y con una celeridad increíble diversas cuadrillas improvisan variados "almuerzos", jamón o "tocino", buen queso manchego o de Romero sobre los "capos" de los coches, un pincho y un buen trago de vino, es “tinto de Chispurre", un ambiente de armonía y compañerismo invade la corta espera alrededor de la nueva fuente que realza imponente el paraje.

Veíamos muchas caras conocidas, estaban todos, alguno nuevo, y de pronto echamos en falta alguna que ya no volverá nunca. Todo está  listo, Ella vuelve a salir como cada año a cumplir el cadencioso rito y nosotros volvemos a estar allí, emocionados, agradecidos, suspiramos y rezamos algo para nuestros adentros como si sintiéramos vergüenza de alzar la voz, pero con unas ganas inmensas de gritar que contenemos forzadamente, susurrando... ¡Virgencita mía! ¡Guapa!


Ya Ella en el carro, el zigzagueante hormiguero de gente desfila delante, detrás, a su lado, haciendo lo mismo que el año pasado, o que hace diez años, o treinta o setenta, y lo mismo que volveremos a hacer el año que viene, que también volveremos a suspirar emocionados y a pedir para... otro más.
Pero todos los años el día 6 de septiembre la Virgen del Castellar subirá a su pueblo.

A.R.L. (Libro de Fiestas 1998)




Seis de Septiembre: desde la Ermita del Humilladero, al anochecer, tras la puesta de sol, zigzagueantes, dos filas de velas encendidas avanzan enmarcando las lindes del camino. Hacia el final de la comitiva un resplandor anaranjado anuncia Su Presencia.

Una voz, de tiempo en tiempo, grita un número y nuevos hombros buscan apoyo bajo las varas de las andas. Vuelve la Patrona. Por un mes deja su Santuario para instalarse en el Templo Parroquial. 

En la oliva de las Ánimas el saludo con fuegos artificiales. Todo el pueblo se ha engalanado para recibir su visita anual. Se celebran fiestas en su honor. Viene a recoger el homenaje de sus fieles y leales hijos. Y el último domingo de este mes regresará a su cerro, a su peñasco, a su tormo, al lugar al que debe su nombre.

J.F.Pino Garrobo (Libro de Fiestas 1983)




Las velas parpadeaban, doblegaban sus llamitas, o se apagaban definiti­vamente al soplo de sutiles ráfagas de viento en las andas de madera. El olor de las flores marchitas se mezclaba con el de los hachones encendidos de los hermanos.

Los miembros de la Hermandad gozaban del privilegio de alumbrar en lugares preferentes. Alrededor de la oli­va de las Ánimas casi todo era oscuridad y silencio: sólo el charrasqueo repentino y breve de una rueda de pólvora, alguna estrella rezagada del Camino de Santia­go, los ojos de la juventud. 

El vivo resplandor entrevisto daba el aviso de las fogatas que empezaba a encenderse a lo largo de la interminable cuesta. Gente de todas las edades hacinaron gavillas de sarmientos que eran prendi­das de trecho en trecho cuando la procesión ini­ciaba la parsimoniosa, fatigosa subida. Las inquietas lenguas de fuego se alarga­ban y lamían el chozo del pozo de San Pedro. 

La «entrá» se hacía entonando canciones de alabanza y bienvenida. Hasta que una banda de música militar rom­pía a tocar una marcha solemne en lo alto de la cuesta, donde terminaba el crepi­tar de las llamaradas y empezaban a lucir faroles de cristal de total nitidez: cada puerta, cada ventana de la calle tenía su farol.

M. (Libro de Fiestas 1995)

Pozo de San Pedro - 1960


La Oliva de las Ánimas

Es más que un árbol porque es una oliva, pero es más que una oliva porque es la oliva de las Ánimas. Y es más todavía porque es un símbolo, una señal que, en medio de la oscuridad y el silencio de la noche campesina, identifica un espectáculo grandioso.




La oliva de las Ánimas, superviviente de un olivar desarraigado no se sabe cuando - en 1888, la tierra estaba plantada de viñas, y era su propietario Juan Fernández de Rojas -, forma parte desde un tiempo en que no queda memoria, del ritual que estalla y se difunde cada 6 de septiembre bien anochecido.

Es como si un ser misterioso, acaso el espíritu ancestral del pueblo, se cobijara en las raquíticas ramas del árbol que es más que un árbol y, entre sombras, adelantarse a saludar y dar la bienvenida a la procesión que avanza lentamente, solemnemente desde la Ermita, y se detiene ante la humilde oliva. Momento en el que brilla en todo su esplendor la pompa pirotécnica, la eléctrica, la musical. 
Duerme ese ser misterioso durante todo el año, y despierta por unos instantes prodigiosos para, tras quedar deslumbrado, volver al dulce letargo de la ensoñación de la que se sustenta.

M.Fernández Nieto (Libro de Fiestas 1999)

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